noviembre 12, 2007

Lucila Alcayaga (Gabriela Mistral) y sus cartas de amor

Ahora les presento un trabajo realizado por mí, sobre la poetiza chilena Gabriela Mistral, en donde pueden encontrar una faceta más bien desconocida de ella, ya que, no nos habla a través de sus poemas típicos, sino desde su propia intimidad. Hoy en día, con la revelación de otros documentos personales, Lucila ha sido vista desde una supuesta homosexualidad. Sin embargo, estas cartas escritas al señor Magallanes Moure, nos enseñan a una mujer realmente enamorada, algo que se puede apreciar en cada palabra escrita por ella, y no tan sólo por una frase, como es el caso de las nuevas cartas encontradas. Bueno esto queda a juicio de cada uno, yo sólo les entrego herramientas para que puedan disfrutar y conocer a esta poetiza.




El Sujeto de la Enunciación que Gabriela Mistral construye en sus cartas de amor a Magallanes Moure, y las estrategias amorosas que utiliza.

Las cartas de amor que escribió Lucila Alcayaga, más conocida como Gabriela Mistral, nos revelan inmediatamente una serie de complejidades en el contenido de ellas primeramente, ya que no tenemos acceso a todas las que le escribió a Magallanes y por lo tanto, a veces debemos inferir los acontecimientos ocurridos entre carta y carta. Por otra parte, se nos muestran complejas porque no todas poseen datos de tiempo ni de espacio, por lo que debemos seguir el orden establecido por Sergio Fernández Larraín, quién recopiló cada una de las cartas publicadas y las dispuso según la forma en que él las ordenó gracias a los pocos datos entregados, pero principalmente, a los estados anímicos reflejados por Lucila en cada una de ellas.

“Las cartas se entrecruzan, se mezclan, se ensamblan palpitantes y dolorosas. La ausencia de fechas hace imposible su disposición cronológica. Pero desordenadamente y a saltos, los sentimientos surgen nítidos, enrojecidos como una llaga, o bien suaves como lirios y azucenas.”[1]

Esta falta de información nos lleva al problema de la Enunciación. Las cartas de amor reúnen en sí lo que Patricia Violi señaló como los aspectos de la enunciación, considerando esta como “Todas las marcas no textuales que se encuentran en un enunciado”, es decir, todo aquello que queda implícito en el texto y que nos lleva a los lectores a inferir y elaborar distintas suposiciones. Estos aspectos son: el actorial que corresponde al sujeto, el espacial, y el temporal.

La carta es un tipo de escritura que queda más bien reducida al ámbito privado que al público, y según la misma autora ya nombrada, debe ser entendido como un texto que se configura a través de la falta y el deseo. Es por la falta de algo o alguien que nace la necesidad de escribir y dirigirse a otro, y en el caso de las cartas de amor, sin duda esta necesidad está impulsada por el deseo de enamorar al otro o de seducir.

La carta también puede ser definida como un diálogo diferido: “en la forma epistolar hallamos la existencia de una forma de diálogo en que los sujetos intercambian sus comunicaciones a través de códigos…”[2] Y se dice diferido ya que se le escribe a un destinatario que no puede responder con la inmediatez de una conversación, sino que responde con su próxima carta, generando un diálogo simulado, ya que en sí no existe un diálogo que no sea inmediato. De esta manera, la carta de amor se nos va configurando en torno al simulacro, a un enmascaramiento. Cabe mencionar también que los aspectos de la Enunciación, antes mencionados, también se configuran en la carta como un simulacro, porque así como el diálogo; el tiempo, el espacio e incluso el sujeto, son un simulacro de la realidad.

En las Cartas de Amor de Gabriela Mistral, el problema de la enunciación está muy presente en cuanto nos faltan las señas principales de tiempo y espacio, como se mencionó anteriormente, pero también se hace presente y de forma muy evidente, el problema del sujeto de la Enunciación, aquel que se configura como sujeto epistolar y que no es la verdadera Lucila en sí, sino que se ha construido en torno a la ausencia y el deseo, y por ende es un sujeto que se encuentra muy abstracto y difícil de definir.

En primer lugar hay que situar al sujeto en el tiempo y lugar, y entonces hay que mencionar que tenemos dos momentos en los que se configura un sujeto muy distinto uno del otro. En primera instancia mientras Lucila le escribe las cartas a Magallanes entre los años 1918 y 1920 desde los Andes y luego mientras le escribe entre los años 1921 y 1922 desde Temuco. Si comparamos las cartas primeras con las posteriores notaremos inmediatamente que ha habido un cambio en el sujeto, partiendo por el simple hecho que en la segunda parte se presenta una Lucila mucho más cercana a La Mistral, la escritora, poetiza, cónsul, delegada cultural, etc. ya no se trata de la enamorada acongojada, sino más bien de la mujer importante que ya no sufre por el amor de Magallanes. Ella marca una diferencia en su persona, se crea y se vuelve a crear. Este cambio de sujeto y por ende, aparición de la Mistral, se hace notar de tal manera que incluso en la última carta escrita por Lucila al poeta, le envía además su poema Balada”:

“¿Conocía Ud. esa “Balada” mía? Se parece un poquito a las antiguas cosas suyas. […]

BALADA

Él pasó con otra.

Yo lo vi pasar.

¡Siempre dulce el viento

y el camino en paz!....

¡Y estos ojos míseros

lo vieron pasar!...”[3]

Pero no es sólo durante estos momentos en que el sujeto va cambiando, pues ella se va configurando constantemente, creando distintas imágenes de sí misma, para sí misma y para el otro: el amado. Así lo confirma Sergio Fernández Larraín: “Su tono cambia según el día o la noche, y su estado de ánimo varía, minuto a minuto”[4]

Siguiendo un estudio hecho por Darcie Doll, entendemos que la configuración del sujeto que Lucila Alcayaga lleva a cabo, debe dividirse en dos: “en la construcción del yo para mí y la construcción del yo para el otro”[5], así revela en primer lugar una imagen negativa de sí misma, mostrándose débil, angustiosa, fría, dura, y en algunos casos egoísta. De esta manera, tiende a compararse con la imagen idealizada que ha creado del otro (Magallanes), para poder denotar así su propia imagen. Por esta razón Lucila en reiteradas ocasiones le dirá a su amado lo grandioso que es él y lo fría, tosca y fea que es ella. Mientras que a ella misma se referirá como un estropajo, a él lo alzará tanto en belleza física como intelectual.

“Y eso que ese hombre quizás pueda querer a una mujer fea, porque él no es lo que eres tú físicamente ni lo que eres como refinamiento de espíritu.”[6]

Ella no sólo se crea para sí misma, sino también se está creando constantemente en función del otro, porque desde ya quiere adelantarse a la respuesta del destinatario, condicionándolo a través del sujeto que ella le está presentando. De esta misma manera es que Lucila crea también un “yo para el otro”, y esto lo hace a través de distintas imágenes o máscaras que le permiten escapar de su verdadera concepción de sí misma. Durante las cartas podemos reconocer claramente dos imágenes-máscaras:

“Pero siempre, siempre, hubo en mí un clamor por la fe y por la perfección, siempre me miré con disgusto y pedí volverme mejor”. […] “Yo sé que la perfección no puede ser sino la serenidad. Y la busco, y la hallaré algún día.”[7]

Estas citas reflejan el enmascaramiento a través de la imagen religiosa, de la humildad y del sacrificio para lograr la perfección. Corresponde, como dice Darcie Doll al estereotipo del imaginario religioso. Y dentro del mismo estereotipo, se reconoce la mujer pobre pero digna donde se muestra el enmascaramiento con la imagen que ha de revelar un gran valor, porque hay una aceptación del dolor como parte de la vida y de su destino:

“[...]dudo de mí; veo todas mis lepras con una atroz claridad; me veo tan pequeña como los demás, escurriendo mis aguas fétidas de miseria por un mundo que es una carroña fofa.”[8]

“[...]Manuel, podrían perdonarme el que hoy se haga en mí un eclipse moral y tire al suelo mi fardo y diga vigorosamente que quiero tener un paréntesis de amor y de dicha, que me lo merezco[...][9]

Y por otra parte se muestra una segunda máscara, que corresponde a la concepción de la mujer que sufre por el amor de su amado, lo que Darcie Doll llamó: el estereotipo de la heroína/víctima del imaginario amoroso melodramático. Esto se puede apreciar en las siguientes citas:

“Abracémonos renegando del error fatal de la vida, pero amándonos mucho, porque este dolor de ser culpable sólo puede ahogarse con mucho, con mucho amor.” [10]

“Este no es amor sano, Manuel, es ya cosa de desequilibrio, de vértigo.” [11]

“Tú puedes hacerlo todo en mí, tú que has traído a mis aguas plácidas y heladas un ardiente bullir, una inquietud enorme y casi angustiosa a fuerza de ser intensa”[12]

“Hay un cielo, un sol y un no sé qué en el aire para rodear sólo seres felices. ¿Por qué no podemos serlo? ¿Lo seremos un día?”[13]

Junto con la construcción de estas imágenes – máscaras vistas anteriormente, Lucila construye además, unas imágenes que se constituyen como estrategias amorosas que ella utiliza para seducir y enamorar a Magallanes, porque junto con construir facetas de su yo, crea también a un sujeto destinatario, que deja de ser el real Manuel y que ella se lo presenta a él en sus cartas, a través de esta estrategia de enmascaramiento, haciendo que él mismo termine aceptando este sujeto que ella ha configurado para él. Por ende, así como crea un yo para sí y un yo para el otro, también crea “el otro para el yo y el otro para el otro”[14]. Y así, en función del otro es que ella va a generar distintas tácticas a través de las máscaras para conseguir el amor que ella quiere de Magallanes. De esta manera, ella obtiene las respuestas a ese amor que ella desea, y es a través de estas tácticas que ella va condicionando las respuestas del otro, es decir, que de cierta forma ella se antepone a lo que el destinatario le va responder en la siguiente carta y así configura otro que le contestaría de la manera que ella espera.

La primera táctica que utiliza La Mistral, es la de hacerle escuchar a su amado lo que ella quiere decirle, pero en la voz del Señor, ya que en una de sus primeras cartas que ella le manda a Magallanes, no es a él a quien le está hablando precisamente sino a Cristo, pero lo que intenta es decirle a través de Él, lo que le quiere decir a Manuel. Así de esta primera manera, ella va a reprocharle su manera de amar al poeta, y va a recalcarle que su amor es puro y espiritual, casi religioso, pues no necesita manifestarse atrevés del cuerpo y de los placeres, sino que se alimenta por sí mismo. Todo esto se lo dirá de una manera indirecta, como hablándole a Dios de otra persona, pero queriéndoselo decir a Manuel:

“Señor, yo quería remendar la saya rota de mi pobre vida. Dulce mano fina como la tuya me daba hilos claros, flequería de aurora, para unir los jirones. Yo estaba como en un encantamiento. Pero he aquí que la mano solía dar pocas hebras y era que tejía vestido de alegría para muchas almas”[15]

En esta cita le está reclamando fuertemente su debilidad, porque Manuel era un hombre casado y por ende, ella no, sino que también le atemorizaba y le dolía como enamorada. era el único amor que éste tenía y esto no sólo le pesaba en su conciencia de católica a Lucila.

Otra táctica utilizada por ella es la de infantilizar a Magallanes. Ella va a mencionarse muchas veces como una madre o incluso como una abuela, y hacía él va a referirse como a un niño.

“Sé que querré tenerte entre mis brazos como un niño, que querré que me hables así, como un niño a la madre, desde la tibieza de mi regazo[...]”[16]

“Te siento niño en muchas cosas y eso me acrece más la ternura. Mi niño, así te he dicho hoy todo el día y me ha sabido a más amor la palabra que otras[...] Quizás tu mirada me conmueva más que tu abrazo, quizás me dé tu mirar la embriaguez que los demás arrancan de las caricias más intimas[...][17]

“¿Habrá pasta de amante en esta abuelita que toma mate y cuenta cuentos y da lecciones de escepticismo junto a las brasas? ¡ Y que un poeta le crea otra cosa y le escriba cartas de amor! (Hay que pegarle a ese poeta.)[18]

En las dos primeras citas ella nuevamente está intentando alejarse del amor erótico y por ello es que ella va a infantilizarlo, para que él comprenda que este amor que siente por él no es un amor carnal sino más dulce y tierno como el de una madre a su hijo. En la última cita, en cambio, nos presenta la imagen de una abuelita que ya no debiera andar pensando en amores, e incluso trata de convencerle diciéndole que es él el que cree otra cosa de ella, pero hay que tener en cuenta que ella tenía alrededor de 26 años cuando escribió estas cartas, es decir que aun estaba muy joven. Por ello queda muy claro que ésta autonomización de abuelita es una táctica también, para rechazar estos encuentros que su amado le pide.

En conclusión, ella va a construirse y destruirse durante las cartas que le escribe a Magallanes, estará en un constante desplazamiento y por ello es que nos encontraremos con cartas muy contradictorias unas de las otras, porque ella estará presentando un sujeto en una y un sujeto distinto en la otra, tanto así que ella misma va mencionarse como perturbada en alguna de sus epístolas.

“[...] si desde algún tiempo yo he salido de la órbita donde se mueven los seres equilibrados[...]A pesar de la ráfaga de locura que me pasó por la cabeza y por el corazón[...]”[19]

Es así que la configuración de sujeto que nos presenta Gabriela Mistral o Lucila Alcayaga en sus cartas de amor es a una mujer envuelta en distintas facetas, y en donde su personalidad es muy difícil de encontrar, porque durante el recorrido de sus cartas siempre encontraremos distintos tonos de decir las cosas, a parte de una Lucila confundida, a veces dulce, a veces fría, a veces sería y pesimista y otras tantas llena de felicidad y entusiasmo.

“Siempre le dije lo que soy, siempre. Y si no lo hubiese sabido por mí, lo supiera por la gente, y si ni esto hubiese habido, con leerme un poco los versos habría comprendido que soy la más desconcertante y triste (lamentablemente) mezcla de dulzura y dureza, de ternura y de grosería.”[20]


[1] Mistral, Gabriela. Cartas de amor de Gabriela Mistral. Introducción, Recopilación, Iconografía y Notas de Sergio Fernández Larraín. Santiago de Chile. Andrés Bello, 1978, Pág.: 32

[2] Doll, Darcie. “Las cartas de amor de Gabriela Mistral o el discurso amoroso de una sujeto en fuga”. En Modernidad en otro tono. Escritura de mujeres latinoamericanas 1920 – 1950. Cuarto Propio ediciones, Santiago, 2004. Pág.: 156

[3] Mistral, Gabriela. Cartas de amor de Gabriela Mistral. Santiago. Andrés Bello, 1978, Pág.: 197-198

[4]Opcit cita N°7. Pág.: 33

[5]Opcit cita N°8. Pág.: 159

[6] Mistral, Gabriela. Cartas de amor de Gabriela Mistral. Santiago. Andrés Bello, 1978, Pág.: 197-198

[7] Ibidem Pág.: 103- 104

[8] Ibidem Pág.: 104

[9] Ibidem Pág.: 107

[10] Mistral, Gabriela. Cartas de amor de Gabriela Mistral. Santiago. Andrés Bello, 1978, Pág.: 108

[11] Ibidem Pág.: 144

[12] Idem

[13] Opcit cita N°16,. Pág.: 112

[14] Opcit cita N°8 Pág.: 167.

[15]Mistral, Gabriela. Cartas de amor de Gabriela Mistral. Santiago. Andrés Bello, 1978, Pág.: 109

[16] Ibidem Pág.: 146

[17] Ibidem Pág.: 135

[18] Ibidem Pág.: 127

[19] Ibidem Pág.: 111

[20] Ibidem Pág.: 183

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