agosto 25, 2010

Un hijo es Amor

Nadie nos enseñó a ser padres. Es cierto, pero,  ¿cuán difícil puede ser? ¿cuántos tropiezos se pueden perdonar antes de empezar a hacer las cosas bien?
Yo no lo sé...

Para mí, ha sido una tarea complicada: cambiar pañales, dormir poco, volver a pedir permiso para salir de noche, dedicar cada hora de mi vida a un pequeño ser que depende absolutamente de mí.
Pero todo lo amargo que pueda significar un hijo en mi vida, hoy día en mi condición de estudiante, no se compara a la felicidad completa de tenerlo junto a mí. Aun más, ahora que estoy lejos de él, que lo extraño día a día y anhelo que llegue el viernes; los pañales o la falta de sueño no son nada para mí.
Entonces me pregunto, por qué si yo puedo soportalo, por qué si yo a pesar de lo dificil lo amo, lo amo y no me importa nada más, por qué entonces para quién ha sido todo más facil, para quien no tiene que lidiar con los paseos nocturnos o con las entretenciones diarias, por qué entonces le cuesta tanto amarlo? ¿por qué si su única tarea es quererlo, ni siquiera eso lo hace bien?

Creo que nunca podré entender su abandono, creo que nunca podré comprender su falta de amor. ¡Es que es incomprensible!

Nadie nos enseñó a ser padres, nadie nos entrenó para ello, nadie nos dijo qué o cómo hacer, pero cuando uno ama, las cosas se dan por sí solas, nos equivocamos sí, todos nos equivocamos, pero siempre haciendo las cosas con amor, porque ese ser que llegó a "interrumpir" nuestras vidas, no tiene la culpa y lo único que podemos darles en nuestra condición de jóvenes inexpertos, es el amor y nuestra preocupación porque ellos sean felices.
Y eso, ¿qué significa?
Estar ahí, simplemente estar ahí. Jugar, reir, disfrutar los pocos momentos en que estamos juntos, asistir a las fechas importantes y ser parte de sus vidas. ¡Es tan sencillo!
Entonces, ¿cómo me piden que perdone? ¿cómo me piden que entienda?

Que mi hijo haya cantado su cumpleaños número dos, sin su padre y sus abuelos, para mí es imperdonable, y lo siento por mi franqueza pero no me pidan perdón, ni me den excusas baratas porque nada me hará retroceder ese momento y darle a mi niñito lo que se merecía en ese día.. Debieron estar ahí, debieron amarlo, solo eso, amarlo...

febrero 24, 2010

Reencuentro en el vórtice. Capítulo 2

Cartas de Candy

 

En los días que siguieron a la partida de Candy, Albert tuvo que enfrentar la dura tarea de comunicar a su familia las malas noticias. Después de mucho pensarlo finalmente se resolvió a llamar a sus parientes más cercanos, incluyendo a los Leagan y a Annie para hacerles saber lo que había pasado.

Cuando él entro a su oficina de la inmensa mansión de Chicago todos estaban ya esperándolo. Latía abuela Elroy estaba sentada en un refinado sillón de piel, el cual era su poltrona favorita en aquel cuarto. Cerca de ella, sentados en un lujoso canapé azul índigo, se encontraban Archie y Annie. Eliza y su madre estaban sentadas una al lado de la otra en un gran sofá que hacía juego con el resto del mobiliario, colocado cerca de una gran ventana cubierta con pesadas cortinas deseda. Mr. Leagan y Neil se encontraban de pie cerca de las dos mujeres; la impaciencia se dibujaba en el padre mientras que el hijo tenía la mirada perdida en la nada de los vidrios del ventanal. Eliza estaba ocupada arreglándose el cabello y mirándose en el espejo de su polvera; después de todo una chica no debe perder la oportunidad de impresionar favorablemente al máspoderoso de los Andley, quien era por cierto un hombre muy apuesto también.
 

Me complace verlos a todos – comenzó Albert mientras decía una secreta oración para sí mismo.

Bueno, déjame decirte que cancelé una cita muy importante, así que espero que esta junta valga la pena – concluyó el Sr. Leagan.

Trataré de ser breve, entonces – replicó Albert a su tío.

Pero primero me gustaría saber por qué Candy no fue invitada a la junta – preguntó Archie con un ligero dejo de irritación en su voz, - tú sabes bien que ella es parte de la familia.

Sólo en términos legales – subrayó Eliza despreocupadamente.

Bueno – dijo Albert ignorando los comentarios de la muchacha – Hay una razón muy poderosa por la cual Candy no está hoy con nosotros. De hecho, esta junta ee para informarles algo relacionado con ella.


En ese momento Neil volvió repentinamente de donde sea que estaba vagando su mente y enfocó sus ojos claros en Albert con especial atención. Albert se sentó en su propio sillón detrás de un gran escritorio de madera e invitó a los hombres que estaban de pie a tomar asiento. Luego, hizo una pausa por unos segundos pidiendo a Dios el coraje para comenzar.
 

El hecho es que – comenzó finalmente – Candy no estará viviendo en Chicago por un tiempo

¿Qué? – preguntó Annie, abriendo su boca por primera vez en la tarde – ella nunca me dijo nada acerca de mudarse de la ciudad.

Ay Dios, Dios, parece que nuestra Candy está llena de sorpresas – añadió Eliza con una sonrisa socarrona.


Una vez más Albert ignoró la ironía en la voz de ella y continuó su discurso.
 

La verdad es que Candy no dijo nada a nadie sobre esto, incluyéndome a mi.

¿Pero por qué haría ella algo así? – preguntó Archie con preocupación reflejada en su cara.

Apreciaría mucho que todos ustedes mantuvieran la calma frente a todas las cosas que estoy por comunicarles – dijo Albert serenamente.

¿Por qué tenemos que guardar la calma William Albert? – demandó la Sra. Leagan hablando por primera vez - ¿Es acaso tan serio que Candy se halla mudado?

Verá usted tía, amigos, . . . Candy dejó Chicago porque decidió ofrecerse como voluntaria en el ejército.


Un mudo jadeo salió de la boca de Annie y Albert se detuvo nuevamente para recobrar fuerzas.
 

Para estas horas Candy debe ya de estar en camino a Francia.


Albert se detuvo para ver la reacción de todos, secretamente agradecido de que ya había logrado decir la peor parte de la nuevas.
 

¿Qué quieres decir con eso? – dijo Neil con tono irritado y apretando los puños con fuerza
– ¿nos estás diciendo que ella está en camino a su muerte justo como Stear?

Cállate Neil – interrumpió el Sr. Leagan cuando se dio cuenta del enojo de su hijo.

No padre, no voy a callarme – dijo el joven y luego, volviendo a dirigirse a Albert añadió – ¿Cómo fue que no hiciste nada para detener esta tontería? ¿No se supone que eres el tutor y protector de Candy?

Y lo soy – contestó Albert con todo el dominio propio de que disponía – pero ella no mencionó sus planes a nadie. Se puede mover muy rápido cuando quiere.

¡Eres un fracaso William Albert! ¡No se cómo puedes estar a cargo de la familia! – contestó Neil con gran frustración y casi listo para golpear a Albert y seguramente lo habría hecho si su padre y el ligero estado de embriaguez en el que se encontraba no se lo hubiesen impedido.


El silencio reinó en la habitación por unos segundos que parecieron interminables. Solamente se podían oír los callados sollozos de Annie. Ella había escondido su cara entre sus manos mientras Archie, totalmente abstraído a todo su alrededor, se encontraba inmóvil y atónito sin poder consolar a su novia.
 

Esta muchacha es una maldición para nuestra familia – dijo la tía abuela rompiendo el silencio.

Eso no es cierto tía abuela – replicó Albert con firmeza – No estoy avergonzado de la decisió de Candy, sino absolutamente orgulloso de su valor y nobleza. Ella ha actuado como la gran mujer que ya es y aunque nos duela profundamente tenemos que aceptar su decisión. Los llamé porque pensé que tenían derecho a saber acerca de esto y porque quiero dejar las cosas en claro: Candy está en camino a Francia por el bienestar de nuestros hombres en el frente y si la prensa o cualquiera me pregunta sobre el asunto hablaré de ello con orgullo. Si ustedes se sienten avergonzados eso solamente habla de cuán ciegos están ante la virtud misma.

No seguiré escuchándote – dijo Neil – si tu no tratas de detenerla lo haré yo.



El joven, moviéndose tan rápido como su embriaguez se lo permitía, dejó entonces el cuarto
azotando la puerta con fuerza.
 

¡Neil! – llamó la señora Leagan visiblemente enojada - ¡Regresa acá inmediatamente!

Es demasiado tarde tía, él no podrá hacer nada. Yo ya traté por mi cuenta – dijo Albert –pronto él también se dará cuenta de que estamos maniatados en este asunto, déjelo ir.


La Sra. Leagan suspiró resignada y buscó instintivamente los ojos de su marido para encontrar
apoyo.
 

Ahora les agradecería si me dejaran solos con Archie y Annie – pidió Albert dirigiéndose a la tía abuela Elroy y a los Leagan.

Por supuesto querido, no hay problema – replicó Eliza con una extraña expresión en su cara.


" ¿Está . . . algo . . . feliz?" – se preguntó Albert para sus adentros. Porque ciertamente, la cara
de la joven se había iluminado desde el momento en que se había enterado de que su antigua
rival había partido a tierras lejanas. En su obscuro corazón Eliza Leagan estaba feliz.

"¡ Qué afortunada soy!" – pensaba ella – "Con un poco más de suerte una bala perdida me
librará de la maldición de su presencia para siempre"

Los Leagan y la Sra. Elroy salieron del cuarto silenciosamente. Entonces, cuando los tres amigos que quedaban en la habitación se encontraron completamente solos, y sólo entonces, Archie descargó finalmente lo que había guardado en su corazón.
 

¿Qué vamos a hacer Albert? – dijo el joven con voz iracunda, reflejándose la
desesperación en cada una de sus palabras – ¿Te das cuenta de lo que esto podría
significar? ¿No sabes las terribles cosas que la gente sufre en la guerra? Cosas que me hacen temblar de miedo de sólo pensar . . .

Lo sé muy bien. Ya estuve ahí. ¿Te olvidas de eso? – contestó Albert con vehemencia, ya
sin poder mantener el control.

¡Pero ella es mujer! ¿Te das cuenta que ella podría ser. . .? – Archie se detuvo en seco horrorizado ante la infame escena que se había formado en sus pensamientos. Llevándose una mano a la cara se restregó la frente con nerviosismo por unos momentos y después de una pausa añadió – ¡Oh Dios mío, la sola idea me hiela la sangre! – masculló.

¡Basta, Archie, por favor! – gritó Annie dejando salir los sollozos libremente de su garganta con toda la pena que tenía en el corazón – Oh Albert, todo esto es mi culpa, mi culpa – dijo entre lágrimas.

¿Qué quieres decir Annie? – preguntó Albert con el corazón lleno de compasión frente al evidente dolor en la frágil alma de la joven.

Yo soy su mejor amiga . . . Yo le fallé al no conocer sus intenciones, debí haberlo leído en sus ojos, en la forma en que me miró y abrazó fuertemente la última vez que la vi . . . Pero estaba muy ciega. . . . Yo. . . Yo pude haberla detenido entonces.

¡Tonterías, Annie! – gritó Archie dirigiéndose a la joven con inusual irritación – Nunca nada ha podido detener a esa chica tonta. Nada ni nadie. ¿Dime, pudiste acaso detenerla cuando abandonó el colegio San Pablo? ¿Te dijo algo acerca de sus planes? ¡No, por supuesto que no, no lo hizo, y aunque lo hubiese hecho no hubiera servido de nada porque ninguno de nosotros jamás ha tenido poder para persuadirla!

¡Archie! – gritó Annie con sollozos aún más fuertes.

¡Ya es suficiente Archie! – dijo Albert con firmeza, internamente admirado de la reacción del joven.

Es obvio que ninguno de nosotros podría jamás hacer algo así – continuó Archie frenéticamente e ignorando las súplicas de Albert - ¿Sabes por qué Annie? Bueno, porque en todo este maldito planeta solamente han existido dos personas capaces de detener a Candy de hacer esa clase de estupideces, pero desgraciadamente querida Annie, una de esas personas ha estado muerta por más de siete años y la otra . . .¡Dios sabe!. . . El bastardo esta sano y salvo en Nueva York sin importarle un bledo lo que le pase a Candy, mientras que a otros. . . !

¡Basta he dicho!- gritó Albert.


Archie se detuvo asustado de sus propias palabras y dejó la habitación sin decir más. Annie, quien había estado de pie por un momento, se arrojó en el sofá llorando con los más amargos sollozos que Albert había escuchado jamás.

El joven rubio se acercó a la frágil morena y puso su tibia mano en el hombro de ella.
 

Por favor Annie, no llores más – susurró él – Archie no quiso decir todas esas cosas, él solamente está muy aturdido por toda esta situación. Estoy seguro de que está pensando en Stear. Archie debe imaginarse que la misma cosa sucederá con Candy pero yo no estoy de acuerdo con él. La situación de Candy es diferente, ella es enfermera, no soldado.

Pero las enfermeras militares también mueren – logró decir Annie llorando calladamente.

Ya he tomado mis precauciones para su seguridad – dijo Albert.

¿En serio? ¿Qué quieres decir? – preguntó ella intrigada.

Te diré en un minuto cuando Archie regrese. Ahora déjame ir a buscarlo.


Y Albert salió de la habitación dejando a la joven llorando sola. Encontró a Archie en el balcóndel cuarto contiguo. El joven tenía la mirada perdida en el horizonte lejano.


¿Archie?

Albert – repuso el interpelado visiblemente avergonzado por su comportamiento – Yo, . . . lo siento. No se lo que me pasó. Es sólo que todo esto es tan difícil de afrontar. – balbuceó Archie amargamente.

¿No piensas que es también difícil para mí? – preguntó Albert dejando salir un poco de su propia desesperación – Candy es mi protegida y la amo profundamente. Ella se ha convertido en la persona más cercana a mi a través de todos estos años. Desde que mi hermana murió no recuerdo a nadie que fuese tan importante para mi.

Estoy seguro de eso. Se bien lo que Candy significa para ti. . .. Pero, Albert, lo que yo siento es diferente . . . Yo....’

¡Shhh! – dijo Albert tocándose los labios con uno de sus dedos y bajando la voz hasta que
se convirtió en un susurro que solamente Archie podía oír – Lo se. Hay sentimientos que un hombre de honor tiene que guardar en lo profundo de su corazón para nunca dejarlos salir, ni siquiera confesárselos a sí mismo porque solamente harían las cosas más difíciles. Esas cosas que le dijiste a Annie allá en mi oficina nunca debían haber sido dichas.

¿Tú crees que Annie....? – preguntó Archie

No, no te preocupes. Ella está demasiado ocupada culpándose por la partida de Candy
como para darse cuenta de lo que te pasa. Ahora entra a esa habitación y vuelve a ser el prometido cariñoso que siempre has sido. Annie te necesita más que nunca antes. Esas es la forma en que a Candy le gustaría que fueran las cosas.


Los dos jóvenes regresaron a la oficina en silencio, todos los temores de sus corazones colgaban de sus hombros pesadamente. Una vez que estuvieron los tres reunidos Albert explicó a sus amigos cuáles eras las nuevas precauciones que el había tomado para proteger a Candy aún en la distancia.

Durante su estancia en África, Albert había conocido a un joven oficial francés de su misma edad. Habían llegado a ser buenos amigos al tener muchas cosas en común. Años después, cuando Albert hubo recobrado su memoria, trató de contactar a su antiguo amigo y sus intentos habían sido recompensados con el éxito. De hecho, ambos hombres mantenían una comunicaciónregular. El joven oficial resultó ser sobrino de una persona muy importante en Francia, el mismísimo Mariscal Ferdinand Foch, un hombre que jugaría un papel decisivo en la guerra. Asípues, Albert había ya contactado a su amigo para pedirle usara la influencia de su tío con el fin de evitar que Candy participase en cualquier equipo médico comisionado para trabajar en lavanguardia. El amigo de Albert había respondido de inmediato con la formal promesa de que la Srta. Candice White Andley sería siempre mantenida como parte del personal médico de un hospital en París, pero que nunca se le enviaría a ningún tipo de misión en el frente. Con esta esperanza Annie y Archie sintieron un poco de alivio y reunieron el valor necesario para leer lacarta de despedida que había dejado Candy.

Ellos no podían imaginarse entonces que ni las relaciones de Albert ni la influencia del Mariscal Foch iban a impedirle a Candy encontrarse con su destino.

Dos meses después de la escena que acabamos de presenciar Albert recibió la primera carta de Candy.
 

                                                                Junio 29 de 1917

   Querido Albert:

   Finalmente llegamos a París. Esta es la primera carta que puedo enviar desde que dejé América. Estoy segura de que has pasado muchos problemas por mi causa. No debió haber sido fácil decirle a todos acerca de mi decisión. Siento mucho haber dejado esa responsabilidad en tus hombros pero no pude encontrar otra persona que fuese capaz de realizar esa tarea mejor que tú.

   Espero que entiendas mis motivos aunque se bien que me extrañarás tanto como yo a ti y a todos mis queridos amigos. ¿Recuerdas cuando fuiste a África? Era algo que habías soñado desde siempre. Algo que tenías que hacer para poder continuar con tu vida. La decisión de venir a Francia es un asunto de la misma naturaleza. Yo tenía que estar aquí. Es como si hubiese nacido para una ocasión como esta. No quiero decir que estoy haciendo cosas extraordinarias aquí pero creo que este es lugar en que debo estar. Ya he encontrado muchas razones para estar aquí ¿Sabes?

    Por otra parte, no es tan horrible como la gente dice. Todos han sido muy amables conmigo. Sí, el trabajo es duro pero todos están tan conmovidos por el dolor en el hospital que la mayor parte de los buenos sentimientos salen a flote fácilmente en el corazón de todos. Trabajamos duro porque el personal no es suficiente para cuidar de todos los heridos que llegan todos los días del Frente Occidental, pero también somos recompensados cuando nos damos cuanta de que hemos logrado salvar una vida.

   Hay solamente algo que me molesta profundamente, la frecuencia con la que se llevan acabo amputaciones. Algunas veces creo que los doctores deciden cortar una pierna o un brazo demasiado pronto. Es tan triste ver a esos hombres, algunos de ellos muy jóvenes, sufrir horriblemente cuando se dan cuenta de que han cortado uno de sus miembros. Recuerdo que el año pasado fui a una convención médica en el hospital Johns Hopkins, y algunos doctores estaban probando un nuevo proceso llamado irrigación para salvar un miembro de una amputación inminente. Ellos reportaron buenos resultados allá y yo solamente estoy esperando la oportunidad para sugerir el uso del tratamiento por irrigación aquí. Pero no va a ser fácil porque los doctores nunca confían en las enfermeras para diagnosticar tratamientos.

    En asuntos más agradables debo decirte que me he reencontrado con una vieja compañera. ¿Recuerdas a Flammy, my condiscípula en la Escuela de Enfermería? Ella está aquí, y adivina qué. ¡Es la enfermera en jefe! ¿Puedes creerlo? Se que una vez te dije que nunca nos llevamos muy bien pero estoy segura de que nuestra relación mejorará ahora. Estoy consciente de que ella es un alma solitaria y a mi me gustaría mucho ser su amiga. Mantén los dedos cruzados por mi.

   Por favor, dile a Annie que París es todo lo que ella me dijo una vez. La ciudad es tan preciosa como para quitar el aliento. Por supuesto, no tengo mucho tiempo para conocer la ciudad pero cada dos semanas tengo un día libre, bueno, solamente diez horas. Usaré ese tiempo para ver todo y como van las cosas por aquí, parece que esta guerra tomará todavía un rato para terminar. Así que tengo la oportunidad de conocer bien París.

   Como estoy muy ocupada aquí no creo que tenga tiempo para escribir muy seguido. Mi siguiente carta será para Annie, después le escribiré a Archie y después a la Señorita Pony y a la Hermana María, y finalmente de nuevo a ti, así que se paciente y todos ustedes cuéntense lo que digo en mis cartas. Pero por favor no le digas a Annie lo de las amputaciones que te conté. No quiero que se sienta triste por eso.

  Con amor

  Candy

   P.D.

Cumplí 19 años el mes pasado durante el viaje. Así que no te olvides de comprarme algo como regalo de cumpleaños y guárdalo bien envuelto para mi regreso


Agosto 6 de 1917

  Querida Annie:

  Esta es una carta que no se cómo comenzar. Albert me dijo cómo te sentiste cuando supiste de mi partida. ¡Annie! No hay motivos para que tu te sientas culpable por eso!

  Esta era una decisión que no podías haber cambiado por medio de la razón o la fuerza. Es algo que tenía que hacer y no me arrepiento ni un ápice, aunque no me gustaría que sufrieras por esto.

   Hay muchas cosas buenas aquí, más de las que puedes imaginarte, créeme. Estoy conociendo a gente muy linda por todos lados. Hay una chica muy agradable llamada Julienne, estamos compartiendo cuarto. Ella es más grande que tú y yo, tal vez unos nueve o diez años y ya estácasada, imagínate. Su esposo está peleando en el frente y ella decidió ofrecerse como voluntaria, y de hecho es muy buena enfermera. Julienne ha sido muy dulce conmigo todo el tiempo, tiene un gran sentido del humor y está haciendo su mejor esfuerzo por aprender inglés solamente para hablar conmigo. ¿No te parece dulce de su parte? Yo estoy aprendiendo un poco de Francés también pero me temo que no soy muy buena pronunciándolo.

   Hay también un muchacho muy agradable que conocí hace unos días, un joven doctor de estehospital. Su nombre es Yves, es un chico muy dulce, ¿Sabes? Lo conocí por accidente en la calle, su perro estaba corriendo detrás de un gato y me tumbó, fue una situación muy cómicaahora que la recuerdo. Es extraño que no había visto a Yves antes de entonces, aunque trabajamos en el mismo hospital. Después de ese accidente lo he visto muy seguido, ya hemostrabajado juntos haciéndonos cargo de un par de pacientes. Es realmente un buen doctor . . .Ahhh, por cierto, sólo en el caso de que tu cabecita esté imaginándose cosas románticas tengo que decirte que Yves es muy agradable y todo eso pero NO ESTOY INTERESADA EN ÉL, así que olvida cualquier cosa que pudiese haber venido a tu mente.

  Me tengo que ir ahora porque mi turno empieza pronto y Flammy se enojará conmigo si no llego a tiempo. Mandaré esta carta mañana. Por favor lee la siguiente carta que le escribiré a Archie.

  Te quiere mucho

  Candy



Septiembre 24 de 1917

  Querido Archie,

   Enfermera Candice White Andley, orgulloso miembro de la FEA – es decir, Fuerza
Expedicionaria Americana – se complace en informarle, Señor, que se encuentra viva y
coleando.

  ¿Soné muy formal? Espero que no porque nunca he sido formal y no quedaría muy bien con mi personalidad.

   La verdad es que las cosas parecen ir un poco mejor para los aliados recientemente. Pero debes de saberlo ya por los periódicos. Cuando acababa de llegar aquí se inició una gran ofensiva para recobrar Flandes, o Flandres como le dicen aquí en Francés. Miles de heridos han sido traídos a nuestro hospital desde entonces. Más aún, parte del personal del hospital ha sido designado en una expedición para cuidar de los heridos en los campos de batalla. A pesar de los esfuerzos de los británicos y los franceses la región aun se encuentra bajo el control de los alemanes, pero mucha gente cree que los Aliados están juntando fuerzas para intentar un gran ataque en el mismo punto. Todos esperamos que eso hará retroceder al ejército alemán y finalmente liberará la región.

   Nuestros muchachos, quiero decir nuestros soldados, no han realmente entrado en acción todavía, solamente han dado cierto apoyo en Belfort. Sin embargo, conforme el tiempo pasa más y más de nuestros hombres están llegando y entrenando aquí. Así que París, donde yo estoy, está muy bien cuidado. Con la ayuda de Dios esto terminará más pronto de lo creo y estaré de regreso en caso, ya verás. Por lo tanto, no hay razones para preocuparse por mi.

  Por el contrario, debes concentrar todos tus fuerzas en apoyar a Annie. Ella tiene un  espíritu delicado y te necesita a su lado más que nunca. Cuando regrese todos bromearemos sobre estos días y yo les contaré todos los sucesos graciosos que me están pasando aquí.

   Sólo una cosa, recuerda que la Navidad es en tres meses. Por favor, pide a Albert algo de dinero para comprarle algo a Annie de mi parte. Consigue algo bello y lujoso, pero siempre elegante. . .

  Bueno, confío en tu buen gusto.

  Con cariño,

  Candy.



Octubre 1 de 1917


   Queridas Señorita Pony y Hemana María:

   Esta es la primera carta que les escribo desde que dejé América hace seis meses. Se que no esjusto escribir tan poco pero mis deberes aquí no me permiten hacerlo más seguido. Ustedes me enseñaron que el servicio a los que están en necesidad debe siempre ir primero, y aquí hay tanta gente que necesita de consuelo y ayuda que simplemente no puedo detenerme.

   No quiero que se preocupen por mí. Estoy realmente muy bien, pero por favor recen por todaesta gente que muere cada día en mis brazos. Algunas veces no puedo hacer nada por ellos sino rezar las oraciones que ustedes me enseñaron y llorar en silenciosa frustración. Ustedes, que siempre han estado cerca de Dios, pídanle que detenga esta locura. Simplemente no puedo entender cómo es que las personas pueden lastimarse las unos a las otros de un modo tan horrible. ¡Es indignante!

   Algunas veces siento deseos de correr y regresar a casa, a América con ustedes. Pero entiendo que este es mi lugar ahora. La gente me necesita del mismo modo en que los niños del hogar las necesitan a ustedes. No le he contado a nadie como me siento por todo ese dolor que crece y crece a mi alrededor con cada paciente que conozco. Una vez más, no se preocupen por mi, y no le digan a nadie sobre estas cosas tan tristes, pero recen, recen por ellos.

   Muchos creen que un gran ataque está a punto de efectuarse en el Norte, muchos camiones con jóvenes soldados han estado pasando por la ciudad en dirección a la frontera norte con Bélgica. Cuando piensen en mi, piensen también en todos esos jóvenes, quienes tal vez no regresen a casa. Pero yo prometo que regresaré. Algo en mi interior está muy seguro de ello.

   Supe que Patty está de regreso en Chicago desde el verano. Por favor díganle a Annie que le de un gran abrazo de mi parte. Esa chica tan considerada está allá solamente para acompañar a Annie, estoy segura.. Patty tiene un gran corazón. ¿Podrían invitar a todos a la fiesta de Navidad en el Hogar para celebrar con Annie como en los viejos tiempos? Eso seguramente les animará mucho a todos, especialmente a Annie. Ya le envié instrucciones a Albert para que les ayuda a proveer todo lo que sea necesario para la fiesta y juguetes para los niños.

  Con todo mi amor,

  Candy.

 

Mi dulce niña – dijo la señorita Pony enjugándose las lágrimas después de terminar de leer la carta – ella está allá lejos trabajando día y noche, sufriendo no se qué carencias que no confiesa, pero no puede evitar pensar en los demás. Sobre cenas de Navidad y regalos para los demás.

Es la misma Candy de siempre, pero cada vez mejor, más fuerte y cariñosa – replicó la monja cerca de la señorita Pony con una mezcla de orgullo y tristeza.

Sí, debemos de estar muy orgullosas de ella.

Señorita Pony – preguntó la hermana María mientras una sombra cruzaba sus ojos claros –¿No siente usted algo raro en el aire?

¿Qué quiere decir hermana?



La señorita Pony y la hermana María habían pasado tantos años trabajando juntas como equipo y habían pasado tantas penurias juntas que ambas conocían cada cambio en el humor de la otra. El tono en la voz de la monja estaba cargado de un temor que no le gustó para nada a la señoritaPony.
 

Tal vez sea mi imaginación, pero cuando estaba usted leyendo la parte de la carta donde Candy nos pide que recemos por sus pacientes. Yo . . . .– comenzó la monja y entonces su voz se redujo a casi un susurro – . . . . sentí algo en mi corazón diciéndome que en realidad debemos de orar, pero orar por ella.

¡Hermana María!

Nuestra Candy está en gran peligro señorita Pony. Puedo sentirlo como solamente una madre podría hacerlo – dijo la buena mujer llorando en silencio.


El gélido viento otoñal entró al cuarto moviendo las hojas del calendario. Era el primero de noviembre. En el escritorio de la señorita Pony las páginas de una revista se movieron también con la repentina ráfaga. En una de las páginas se podía leer un encabezado : "Una estrella marcha para luchar por la patria en el Frente Francés."

Reencuentro en el vortice

Continuación de Candy Candy, serie de monitos animados que veía cuando era una niña y adolescente..

Maravillosa historia... no puedo dejar de pegarla aquí para que otros también puedan leerla.


 

REENCUENTRO EN EL VORTICE.

Capitulo 1

Vientos de Guerra.

Dos años habían pasado desde aquella maravillosa reunión en el Hogar de Pony. Muchas cosas habían cambiado desde entonces, pero otras tantas permanecían sin alteración. El pequeño orfanato en el valle verde, el diligente trabajo de las dos mujeres quienes eran el alma del lugar, la siempre creciente fortuna de los Andley y el bullicio perennal de la agitada ciudad de Chicago no habían variado un ápice. Sin embargo, la vida de nuestros amigos había atravesado por algunos cambios importantes.

William Albert había tomado total control de su fortuna y ahora se encontraba dirigiendo los negocios de la familia Andley con la sabiduría y el éxito que la tía abuela Elroy siempre había deseado. Archie había decidido entrar a la Universidad donde se encontraba estudiando Leyes para el beneplácito de los padres de Annie, quienes se encontraban muy complacidos con su futuro yerno. Annie, por su parte, también había experimentado cambios positivos. Ahora era, sin lugar a dudas, la dama que su madre siempre había soñado. Dulce por naturaleza y de maneras refinadas gracias a la cuidadosa educación que había recibido, se había convertido en una graciosa criatura con hermosos ojos y una figura impresionante. Más de algún joven de la alta sociedad de Chicago hubiese querido probar su suerte cortejando a la joven, pero desafortunadamente para ellos, Annie y Archie habían sido pareja por tanto tiempo que ya nadie dudaba que se casarían tan pronto como el joven millonario terminara sus estudios.

Patty continuaba viviendo en Florida con su abuela, pero cada verano viajaba hasta Chicago para pasar unas semanas con los amigos que habían llegado a ser los mejores que jamás había tenido. Ella nunca había sido realmente hermosa, pero Dios le había concedido la gracia de un temperamento dulce y una bondad especial que la hacían atractiva a todo el mundo y los hombres no eran la excepción. No obstante, ningún de ellos había tomado el lugar que Stear había dejado vacío y ella no se sentía urgida por encontrar un substituto porque había aprendido que tales cosas nunca deben de forzarse.

Eliza Leagan, por su parte, era ahora un miembro conocido y activo de la alta sociedad de Chicago. Alta y esbelta con ojos matadores y una sonrisa insolente pasaba su tiempo entre bailes de gala, meriendas y demás inútiles eventos sociales de todo tipo. Los hombres la asediaban no solamente por su belleza y fortuna sino porque había logrado una reputación de mujer fácil que atraía a muchos. Ella se había decidido a gozarla sin restricciones en una clase de revancha por los dos jóvenes que nunca pudo tener – Anthony y Terri, por supuesto – y nadie iba a impedirle disfrutar la vida del modo que ella había escogido. Solamente una cosa la molestaba muy en el fondo de su alma oscura, y era su incapacidad de vengarse de aquella a quien su corazón odiaba con todas sus fuerzas, porque esa persona tenía un protector poderoso que aún la indomable Eliza Leagan no se atrevía a desafiar.

Por el contrario, Neil se había convertido en un vergonzoso alcohólico quien a pesar de todos los intentos hechos por Albert para ayudarlo, se mantenía ahogado en el fondo de alguna botella de whisky. Nunca había superado el rechazo que había sufrido y tal vez nunca lo lograría, especialmente cuando el objeto de su afecto estaba totalmente fuera de su alcance.

Ahora más que nunca, mis amigos lectores, Candice White Andley era la personificación de la libertad y la independencia. Había aceptado conservar el apellido de su familia adoptiva como un gracioso acto de simpatía hacia el hombre que amaba como al hermano mayor que nunca había tenido. Ocasionalmente ella le acompañaba a eventos sociales o grandes galas en las cuales era necesario ser visto para el bienestar de los negocios y la reputación de la familia Andley. Pero además de esas raras ocasiones Candy era todavía la joven sencilla y dulce que siempre había sido.

Había decidido conservar su antiguo departamento y vivir ahí sola a pesar de toda la alharaca hecha por la señora Elroy, quien se escandalizaba solo de pensar que una dama viviese sola. Pero aún no contenta con eso, Candy había insistido en conservar su antiguo trabajo como enfermera. Ahora, después de un largo tiempo de duro trabajo para ayudar a su jefe a conquistar la guerra contra el alcoholismo, había finalmente logrado rehabilitar al hombre y ambos estaban entonces trabajando en un gran hospital en el cual habían sido aceptados sin la ayuda de Albert. A pesar de los sinceros deseos del joven por ayudar a su protegida y al buen viejo doctor, Candy insistió en encontrar una salida por su propia cuenta,; y así había sido como, una vez más, se había salido con la suya por sus propios medios.

Candy cumpliría pronto 19 años y la cándida belleza que una vez había cautivado a los tres jóvenes Andley, años atrás en los días de la mansión de Lakewood, había madurado en una mujer cuya hermosura dejaba sin aliento a cualquiera. Poseedora de una figura con suaves pero voluptuosas curvas, una sonrisa arrolladora y unos ojos por los cuales se podía matar, Candy tenía aún la gracia de la sencillez. Las pecas de su nariz habían casi totalmente desaparecido dejando solamente algunas manchitas rosas que daban a su rostro un aire cándido. Sus maneras se habían suavizado pero conservaba los firmes movimientos de una persona que ha practicado deportes de manera regular, algo que no era muy común entre las mujeres de su tiempo. Pero una vez más, muchas cosas no eran comunes en la más famosa y excéntrica heredera de una de las familias más ricas de los Estados Unidos.

La tía abuela Elroy estaba particularmente preocupada por el hecho de que Candy estaba aún soltera y sin compromiso formal. La anciana temía que la joven pudiese escoger a alguien indigno del prestigio y fortuna de la familia. Para ella había sido una cosa terrible que William Albert le hubiese permitido a la muchacha romper su supuesto compromiso con Neil. Hubieses sido, después de todo, un arreglo muy conveniente para ambas familias, pero Albert había sido tan tajante al respecto de ese asunto que la anciana había perdido ya toda esperanza en ese enlace.

Albert, por su parte, estaba algo preocupado por la soledad en que Candy vivía, pero ella se veía tan segura de lo que quería para sí misma que no pudo negarse ante el deseo de la joven de vivir sola. Dentro de su corazón Albert esperaba que su pequeña encontraría algún día el amor que había perdido ya dos veces en su corta vida, porque para él, nadie más que ella merecía esa bendición.

Hacia el inicio del año de 1917 las preocupaciones de Albert se concentraron en otros asuntos. La situación entre los Estados Unidos y Alemania había alcanzado un punto peligroso. Dos años habían pasado desde el hundimiento del Lusitania por la marina alemana, hecho que había resultado en la muerte de 128 pasajeros norteamericanos. Desde entonces, las cosas había ido de mal en peor y tan sólo un par de meses antes, esto es en Febrero de 1917, el presidente Wilson había roto las relaciones diplomáticas con Alemania. Por lo tanto la escena estaba lista para un evento ineludible y el miedo de la eminente guerra flotaba en el aire. Como un acaudalado banquero él sabía que su fortuna podía jugar un papel importante en el conflicto. Sin embargo, Albert nunca se aventuró a imaginar cómo los eventos históricos iban a afectar la vida de su familia hasta que fue ya demasiado tarde.

Era una soleada mañana de primavera cuando Katherine Johnson entró al cuarto de enfermeras en una agitada carrera muy inusual en ella. Sus mejillas estaban sonrosadas y ella estaba prácticamente sin aliento. Candy esta sentada charlando alegremente con otra enfermera cuando Katherine interrumpió la conversación de las dos mujeres con su llegada inesperada.

La joven rubia no tuvo que preguntar nada porque cada detalle estaba ya escrito en la cara de su colega: los Estados Unidos le habían declarado la guerra a Alemania finalmente. Candy conocía bien esa mirada solemne en la cara de Katherine y se pudo imaginar también lo que aquel evento significaba para el país y para ella misma...

¡Candy!....- Katherine dijo por tercera vez – ¿Estás escuchándome? ¿No dices nada acerca de esto?

¡Oh, . . . lo siento! – respondió Candy volviendo a la realidad de la que por un momento había escapado en sus pensamientos – Yo estaba...algo....- dudó por un segundo – Temo que tengo algo que hacer chicas ¿Me disculpan?

E inmediatamente ella abandonó el cuarto dejando detrás suyo a dos enfermeras intrigadas.

¿Qué le pasó? No hizo ningún comentario sobre las malas noticias – dijo Katherine.

Bueno, de hecho creo que realmente le afectaron las nuevas. Estaba muy bien antes de tu llegada – replicó la segunda enfermera.

¿Tú crees que ella tiene a "alguien" por quien temer con esta guerra ... – dijo Katherine con una mirada curiosa en sus ojos.

¿Un enamorado, quieres decir? No, no lo creo. Candy es una chica muy dulce pero muy reservada sobre todo lo relacionado con su vida privada. No obstante, me temo que no está interesada en ningún muchacho por el momento, esas cosas no se pueden ocultar.

La conversación continuó mientras una rubia muy nerviosa continuaba corriendo a través de un parque cercano.

Candy corrió hasta un puesto de periódicos para comprar un testimonio real del evento. Ella estaba segura de que el suceso iba a traer un nuevo giro a su vida ... ¿Podría ser que inclusive...?

Estaba claramente impreso en la primera página ... Esa mañana del 6 de Abril de 1917 el presidente Woodrow Wilson había declarado la guerra y estaba ya pidiendo voluntarios para defender la Nación. Los dedos de Candy estrujaron el periódico con una extraña mezcla de temor, valor, excitación y una extraña sensación que ella no pudo alcanzar a nombrar en aquel momento. Era como si su destino le estuviese llamando a gritos, era algo así como una llamada a una cita concertada por adelantado desde mucho tiempo atrás. Ella había recibido un entrenamiento especial para tal momento y ahora podría ser el momento cuando su entrenamiento probaría su valor. La memoria de Flammy, quien todavía continuaba trabajando como voluntaria en el frente, junto con el inolvidable recuerdo de Stear, vinieron a su mente. ¿Podría ella abandonar su pacífica vida en Chicago donde contaba con el amor y compañía de su amigos más cercanos, donde ella podía siempre regresar al Hogar de Pony para encontrar fuerza y apoyo? ¿Sería tan valiente como para enfrentar los horrores de la guerra?

Una joven pareja con un niño pequeño pasaron frente a ella. La mujer estaba radiante con una mano firmemente asida al brazo de su esposo, mientras él cargaba con su otro brazo al pequeño que no debía de tener más de dos años. Candy los vio caminar a lo largo del parque hasta que desaparecieron de su vista. Parecían tan felices y tan ajenos al peligro eminente que el país estaba por enfrentar. Candy entonces pensó que la joven madre tenía razones poderosas para permanecer sana y salva en el cobijo de la madre patria, mientras toda el ejército norteamericano se preparaba ya para defender al país, después de todo, aquella mujer tenía una familia por la cual velar ....¿Pero ella? . . . ¿Quién esta esperándote en casa Candice White?


¿Qué estás diciendo? – gritó Albert sin poder creer lo que había oído –¿Candy abandonó el departamento sin decir una palabra?... ¿ Ni siquiera a mi ?

Me temo que eso es correcto, señor – contestó George Johnson muy apenado – Esta mañana el guardia en turno se dio cuenta de que la señorita no había abandonado el departamento en más de veinticuatro horas y como es un día de trabajo se preguntó si algo marchaba mal, así que fue a averiguar con el casero. Fue entonces cuando ambos encontraron esta carta que ella había dejado, señor.

Largo tiempo atrás, desde que Candy había decidido continuar viviendo sola en su departamento al centro de Chicago, Albert había apostado guardias que cuidaban de la joven sin dejarse notar. William Albert sabía bien que Candy se hubiese molestado de haber sabido que era vigilada de esa forma, pero la ciudad se estaba convirtiendo en un lugar violento y peligroso, y una rica heredera era siempre una tentación para secuestradores y otros maleantes. Por lo tanto, como la cabeza de la familia, Albert no podía tomar riesgo alguno con respecto a la seguridad de su protegida.

Sin embargo, a pesar de todas esas medidas, su secretario estaba ahora informándole que la chica había desaparecido de algún modo, justo en las narices de sus guardias.

Dame la nota – dijo Albert con voz temblorosa y visiblemente enojado –

Lo que sus ojos leyeron entonces estaba más allá de sus más horribles sueños.

Queridos Albert, Annie y Archie:

Siento mucho dejarlos sin decir palabra pero se que me perdonarán tarde o temprano. Tengo mis razones para hacer algo así.

Hay una parte de mi que quiere quedarse con ustedes y todos aquellos a quienes amo, pero la otra parte me empuja para cumplir con un deber que no puedo soslayar. Quiero que sepan que he meditado esta decisión un buen tiempo y que no es, de ninguna manera, el resultado de un impulso vano.

Algunos años atrás, cuando estaba en la escuela de enfermería, recibí un entrenamiento especial como enfermera militar. En aquellos años la guerra había apenas empezado y parecía solamente un fantasma lejano, en aquel entonces no estábamos seguros si ese fantasma algún día nos alcanzaría. Pero a decir verdad lo logró, y ya ha cobrado la vida de uno de nuestros más queridos seres, a quien nuestra familia siempre recordará con el más profundo cariño.

Es por su imborrable memoria que no debo desoír el llamado de mi deber. Nuestro país necesita mis servicios y no voy a deshonrar el ejemplo de Stear.

Se que mi partida los dejará preocupados y en tristeza. Ustedes han siempre sido tan buenos y cariñosos conmigo. No obstante, tengo que irme, pero confío en que el Señor estará conmigo todo el camino a Europa y me protegerá durante las pruebas que me aguardan allá.

Por favor Albert, no te enojes conmigo. Se que desapruebas todo este asunto de la guerra porque siempre has sido un pacifista, pero piensa que no voy como un soldado para matar, sino como una enfermera para salvar vidas. Archie, no temas porque voy a volver sana y salva y si no cuidas bien de Annie sabrás de mi, catrín.

Annie, prométeme que serás una chica fuerte. La Señorita Pony y la Hermana María te necesitarán más que nunca.

Recen por mi y expliquen todas estas cosas a esas dos queridas mujeres.

Los ama

Candice W. Andley.

P. D.

Albert lamento decirte que solamente gastas tu dinero en esos guardias. Por lo regular siempre se quedan dormidos después de la media noche.


Dos lagrimones corrieron en las mejillas de Albert cuando hubo terminado de leer la carta. A juzgar por la última vez que Candy había sido vista por los guardias, ya era demasiado tarde para tratar de detenerla. Para entonces ella ya estaría viajando hacia Francia con el primer pelotón mandado por los Estados Unidos. Albert sintió que parte de su vida se rompía de nuevo en pedazos. Parecía que había perdido a su querida hermana, aquella que el destino le había dado en una clase de compensación por la otra hermana que había perdido cuando aún era un niño. ¿Podría ahora recobrarla? Si tan solo Candy no fuera tan testaruda y al menos por una sola vez en su vida pensara en si misma en lugar de pensar en los demás ....

La señorita Hamilton es la jefa de enfermeras y ustedes tendrán que seguir sus órdenes al pie de la letra – dijo el director del Hospital Saint Jaques con un ligero acento francés a las recién llegadas y luego, volviéndose hacia Flammy - Hamilton, estas son las chicas nuevas que acaban de llegar de América, espero que pueda ayudarlas a adaptarse y comenzar a trabajar lo antes posible.

El hombre abandonó entonces el cuarto dejando a las enfermeras con la alta morena.

Los fríos ojos de Flammy inspeccionaron a las enfermeras y su corazón se detuvo por un momento cuando logró ver a una cara familiar con grandes ojos verdes que le sonreía con una amabilidad que ella no podía entender.

Encantada de verte otra vez – susurró Candy cuando Flammy pasó junto a ella .

Me temo que no puedo decir lo mismo – replicó la morena con voz seca y sin más comentarios continuó su inspección del grupo – Espero que todas ustedes estén seguras acerca de la decisión que tomaron cuando resolvieron enrolarse. Pronto encontrarán que todas las cosas negativas que han oído acerca de las experiencias de las enfermeras militares no son muy exactas. De hecho, la realidad va más allá de cualquier cosa que se pudieron haber imaginado allá, en sus cómodos y rutinarios trabajos en los Estados Unidos, la realidad es, señoritas, mucho peor.

Después de esta melodramática introducción, Flammy continuó con una larga lista de deberes, reglas y recomendaciones. Todas las jóvenes nuevas se miraron unas a las otras admiradas por la frialdad de tal recepción. Las palabras de Flammy fueron claras, distantes y heladas, sin un dejo de simpatía o amabilidad, solamente un muy elocuente discurso que no dejaba dudas sobre quién estaba a cargo y cómo esperaba ella que se cumpliese con el trabajo por hacer. La expresión en su cara no cambió ni tampoco el tono de su voz. Si alguna de las enfermeras en el grupo había esperado que todo ese asunto de la guerra no iba a ser tan malo después de todo, entonces el discurso de "bienvenida" de Flammy se encargó de matar la última de esas débiles esperanzas. No obstante, un solo corazón entre el grupo no se dejó impresionar o realmente afectar por la actitud de Flammy. Candy sabía bien que todo aquello era pura actuación. Detrás de esa mujer que aparentaba tener un corazón de hielo, había una niña solitaria y esta vez Candy no iba a caer el la trampa de su pretendida dureza.

Esta ocasión mi querida colega – se dijo Candy – encontraré el modo de derribar esos muros que tanto tiempo te has esmerado en construir alrededor de tu corazón. No voy a desperdiciar esta nueva oportunidad que la vida me da.

Una luz de determinación cruzó por sus ojos verdes al mismo tiempo que Flammy terminaba su discurso.

Aquella noche Candy se sentó en la ventana del cuarto que iba a compartir con una enfermera mayor llamada Julienne. No había nada que pudiese ser considerado un lujo en la habitación. De hecho, el cuarto era más bien austero y sus habitantes bien podrían haberse sentido deprimidas fácilmente por su sola apariencia. Si Candy no hubiese pasado antes por situaciones más difíciles tal vez la tristeza le habría embargado entonces junto con unos grandes deseos de regresar a casa. Pero ella había decidido mantener el espíritu muy en alto y estaba ahora llena de esperanzas en la nueva empresa que había empezado. Ni la dureza de las palabras de Flammy ni la pobreza del cuarto podrían quitarle la emoción que sentía en el corazón y la belleza de la luna llena que apareció entonces en el cielo nocturno. Mientras pudiese apreciar la belleza de la creación divina a pesar del tamaño de sus problemas, le había dicho alguna vez la Hermana María, habría esperanzas para continuar.

Un camión lleno de soldados con la bandera norteamericana pasó en la calle justo debajo de la ventana de la joven. Dentro del camión un par de ojos azul oscuro se perdían en la ligera bruma nocturna. El hombre de los ojos azules sintió un dolor repentino en el corazón cuando el camión pasaba frente al hospital. El dolor se desvaneció en un par de segundos pero le dejó una sensación de pérdida cuya causa no pudo comprender, pero que en última instancia, no le resultaba desconocida.

Candy entonces cerró la ventana preguntándose qué podría haber sido ese dolor repentino en su propio corazón.

Los días pasaron rápidamente en Saint Jaques, pero tal como lo prometiera Flammy, ninguno de ellos fue fácil o tranquilo. Los heridos inundaban los pabellones, los quirófanos y aún los corredores. El dolor y la desesperación estaban en el aire que cada ser humano respiraba, mientras que muy poco consuelo podía ser hallado en medio de la confusión.

En ocasiones Candy llegó a pensar que había usado ya la última gota de fuerzas que tenía dando puntadas, limpiando las camas o trabajando interminables horas en cirugía. No obstante, cuando se sentía casi desfallecer la figura fuerte y determinada de Flammy aparecía por algún lado como un recordatorio increíble del espíritu que ambas jóvenes mujeres había aprendido en los viejos días de su entrenamiento con Mary Jane. Entonces Candy recobraba su usual humor positivo y alegre y continuaba su trabajo iluminando aquel lugar con una cálida sonrisa. Ahí donde la eficiencia de Flammy solamente podía ayudar a los cuerpos a recobrarse de la enfermedad, el encanto de Candy podía traer esperanza a aquellos corazones aún más enfermos que los mismos cuerpos que los envolvían.

" Juntas podrían formar la enfermera perfecta", se había dicho alguna vez Mary Jane y si hubiese podido ver a sus antiguas alumnas en acción se habría congratulado a sí misma par los buenos resultados y los acertado de sus predicciones. Porque en verdad el trabajo de las jóvenes se complementaba tan bien que a pesar de las limitaciones que se sufrían en el hospital todo trabajaba satisfactoriamente, aún en la confusión que frecuentemente reinaba en derredor.

Candy se había dado cuenta de ello y por lo tanto trataba de trabajar con Flammy tanto como le era posible y haciendo su mejor esfuerzo para ignorar el exasperaste temperamento de su antigua condiscípula. Desafortunadamente, Flammy no era de la misma opinión y hacía las cosas mucho más difíciles para Candy, quien tenía que soportar sus despóticos modales.

¿Acaso eres nueva en este trabajo? – dijo Flammy con tono irritado – esta venda está demasiado apretada, más te vale que la aflojes inmediatamente o le causarás a este pobre hombre más problemas de los que ya tiene.

Si Flammy, lo haré enseguida – replicó Candy suavemente

No hables mucho y trabaja más rápido, todavía tienes toneladas de cosas que hacer antes de que tu turno termine – Flammy logró agregar mientras abandonaba el lugar para continuar su diaria revisión.

¿Cómo le haces para aguantarla? – preguntó el hombre a quien Candy le estaba acomodando las vendas, cuando Flammy se había ya retirado.

Candy encogió los hombros y le dio al hombre una de esas dulces sonrisas que valen un millón de dólares.

Pues verá, el secreto es nunca tomar como algo personal lo que dice y aceptarla así como es.

Sí, como un dolor en .... la cabeza – terminó el hombre conteniendo la vulgaridad de su lenguaje, porque cómo podía un hombre razonable decir palabras subidas de tono en la presencia del ángel rubio en frente de él.

Oh sargento O’Connor, mi amiga no es una mala persona, apreciaría lo que vale si llegara a conocerla mejor. En el fondo de su corazón tiene un alma noble.

Tal vez pero está demasiado en el fondo como para poder verla, creo- insistió el hombre con una risita – Te digo algo más, si esa ‘amiga’ tuya no logra suavizar el carácter va a terminar como una solitaria solterona.

Usted es imposible Sr. O’Connor – contestó Candy riendo.

Yo estoy de acuerdo con él – dijo la voz de un hombre más joven.

Candy estaba ahora cerca de este segundo hombre limpiando una impresionante herida que tenía él en el brazo.

Al contrario – continuó el joven – no creo que a una joven linda y dulce como tu le falten pretendientes – agregó con una pícara sonrisa en los labios.

Oh, eres un coqueto François – replicó Candy – pero no les voy a permitir que sean tan duros al juzgar a Flammy. Los dos deberían estarse preocupando por ustedes mismos. Si no endulzan el temperamento ninguna chica querrá salir con ustedes... y eso incluye a las enfermeras – concluyó ella riendo mientras dejaba el cuarto.

En ese momento un joven doctor entró en la habitación. Había presenciado toda la escena. Sus ojos grises habían seguido cada movimiento de la rubia mientras sus oídos registraban cada palabra producida por sus labios.

Mala suerte esta vez – bromeó O’Connor dirigiéndose a François Girard

Si, pero uno siempre intenta, tú sabes, especialmente con una chica tan encantadora. ¿Oh no?

Si, pero esta chica en especial, Sr. Girard, no es muy fácil de atrapar – dijo el doctor uniéndose a la conversación – y un ejemplar femenino verdaderamente difícil de encontrar, además.

Muy cierto Dr. Bonnot – aceptó François y la conversación murió en este punto dejando a los tres hombre solos con sus propios pensamientos.

Yves Bonnot había conocido a Candy desde el primer día que ella llegó al hospital. Se encontraba tomando un breve descanso en el privado de los médicos y estaba saliendo del baño cuando el director del hospital entraba al lugar con el grupo de las nuevas enfermeras. Escondido detrás de la puerta del baño Yves escuchó el discurso de Flammy – algo que ya había hecho algunas veces antes – y con mirada cuidadosa examinó la reacción de las recién llegadas mientras la seca morena hablaba. Un rostro entre todo el grupo captó su atención inmediatamente. Al principio fue tal vez la exquisita belleza de una cara con piel blanca como la crema fresca, con una naricita respingada y unos ojos increíblemente grandes, lo que cautivó al joven, pero después de unos cuantos minutos después de la primera impresión, Yves pudo ver algo más allá de la bella apariencia. Mientras Flammy continuaba hablando el joven se divertía con la consternación que se podía ver en las caras de las nuevas enfermeras. Sin embargo, en el rostro de la rubia no se pudo apreciar ni una sombra de miedo o incertidumbre. En lugar de eso, Yves pudo leer una determinación poco usual en esas profundas ventanas verdes de sus ojos.

"Cela c’est courage" ( Eso es valor, en francés) – se dijo complacido al encontrar en una misma mujer dos cosas que rara vez se encuentran juntas, belleza y carácter.

Desde ese momento Yves había seguido los movimientos de la joven con interés. Se hallaba más que dispuesto a conocerla mejor, pero pronto encontraría que el camino al corazón de la joven, a pesar de la acostumbrada bondad de su poseedora, era un senda muy difícil de cruzar.

Yves había tenido un par de experiencias no muy placenteras con las mujeres durante su vida, así que a pesar de su innegable primera atracción hacia la joven se mantuvo anónimo sin saber cómo acercarse a la chica. En ese tiempo Yves la observó cuidadosamente. Siempre escondiéndose desde algún lado desde donde podía observar miles de pequeños detalles. Se aprendió de memoria cada rasgo de su rostro, la fina línea de su naríz, el suave rosa de sus mejillas todo salpicado con unas pecas casi invisibles, cada pequeña espiral de su melena rizada y el millón de chispas que parecían cubrir su cabello cuando el sol brillaba sobre él, todo su asombroso repertorio de sonrisas arrolladoras y las diferentes inflexiones de su voz. También aprendió que ella era, sin duda alguna, un ser humano agraciado con el más tierno de los corazones y un espíritu indomable que rara vez se rendía. Yves se encontró tan fascinado en esta casi enfermiza tendencia a mirar en asombro detrás de cualquier cosa que lo pudiese esconder de la vista de la joven, que pasó semanas enteras tratando de encontrar el modo de darse a conocer a la muchacha. Pero la ocasión vendría casi por accidente y mucho antes de lo que a Yves le hubiese gustado.

No era lo que puede llamarse un hermoso día. De hecho, había llovido toda la mañana quedando un hilera interminable de charcos sobre las aceras. La ciudad tenía una apariencia melancólica bajo el gris cielo de verano que combinaba bien con el ánimo de sus habitantes. Más de tres años había pasado desde que la guerra había comenzado y el país estaba ya cansado de soportar el dolor y la constante pérdida. A pesar del triste escenario Yves estaba disfrutando de su día libre y había salido con su perro para dar una caminata. El animal, un gran pastor alemán que aun no cumplía su primer año, caminaba inquietamente al lado de su amo.

Yves se sentó en una de las bancas del parque pensando en los cambios por los que había atravesado la ciudad desde el inicio de la guerra. París era todavía la reina de las grandes ciudades pero aunque sus edificios estaban aun sanos y salvos la atmósfera había cambiado dramáticamente. Se podían ver soldados por todas partes, la gente caminaba por las calles con una expresión preocupada y silenciosa, y aun en la "Quartier Latin", el vecindario de los estudiantes y artistas, el usual aire de efervescente agitación parecía haber perdido su energía acostumbrada. En otras palabras, la posibilidad de que el ejército alemán invadiera la bella y atesorada ciudad, orgullo de toda la nación, era un fantasma que rondaba las mentes de todos.

El enorme perro se puso de pie con un movimiento repentino lo cual sacó al joven de sus cavilaciones. Antes de que él pudiese reaccionar el gran animal estaba fuera de su alcance corriendo detrás de un gato amarillo que ya corría con todas las fuerzas de sus cuatro patas para escapar de una pelea que seguramente perdería el pobre felino.

Yves había soltado la correa así que no tuvo otra alternativa que correr detrás de su perro, el cual no daba oídos a los llamados eufóricos de su amo. En unos cuantos segundos los tres corredores estaban fuera del parque y se dirigían hacía una calle cercana en frente de los peatones que los miraban divertidos. Del otro lado de la misma calle una joven se había detenido para comprar un helado a un vendedor ambulante. El gato, en su desesperación, vio un buen refugio debajo del carrito de helados y antes de que la joven pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo, el gato y el perro estaban corriendo en círculos alrededor de ella. Los animales la tiraron al suelo donde ella fue finalmente a parar toda enredada con el gran perro y su correa. Mientras tanto el gato, viendo una buena oportunidad para salvar la vida, escapó graciosamente.

Mon Dieu, oh mon Dieu !( Dios mío) – dijo Yves al acercarse a la chica – Je suis desolé Medemoiselle, Je..( Lo siento mucho señorita ) ..... Pero entonces, al darse Yves cuenta de que los ojos más verdes que jamás había visto le miraban con simpatía, ni una sombra de molestia en su profundidad acuosa, se paralizó por un instante no sabiendo qué decir en cualquiera de las lenguas que hablaba.

C’est bien Monsieur ( Está bien señor ) – contestó ella en un francés poco fluido.

¿Está usted bien señorita? – logró decir finalmente mientras le ofrecía una mano a la joven.

Oh, habla inglés – notó ella con agradable asombro.

Si señorita, pero por favor... ¿Está usted bien? Jamás me lo perdonaré , quiero decir, fue todo mi culpa, el perrro ... usted ve....es mío, me temo.

Bueno, ya lo había notado por la forma en que lo mira, pero no se preocupe estoy bien señor, sin embargo no puedo decir lo mismo de mi helado – se rió la joven.

Si me permite estaré encantado de comprarle otro, creo que es lo menos que puedo hacer por todas las molestias causadas por este estúpido perro – añadió él dando una severa mirada al pastor alemán.

Bueno, solamente si me promete que no se enojará con este pobre muchacho. – dijo ella sonriendo y él correspondió a su sonrisa tratando de mantener el control sobre sus emociones.

"Oh Dios mío" pensó Yves, " Es ella, no puede ser.. no puede ser...Yo había imaginado que sería diferente .. algo más .... ¿Romántico?.... ¿Qué estoy diciendo? .... Debo estar loco .....De todas formas, tengo que pensar claramente cuál es mi siguiente movimiento...Vamos tonto, piensa rápido"

Yves pagó al vendedor por el helado y éste sonrió al joven cuando se dio cuenta cuán nervioso se encontraba el muchacho por el ligero temblor de sus manos.

Tenez Monsieur ( Aquí tiene, señor ) – dijo el vendedor y después añadió musitando para no ser oído por la joven – vous avez de la chance aoujourd’hui ( Tiene suerte este día)

Merci – dijo Ives sin saber qué responder al comentario del hombre – Aquí tiene señorita – dijo finalmente volviéndose a la joven junto de él, quien, como seguramente nuestros lectores ya han imaginado, no era otra que Candy.

Gracias, Sr..

Bonnot, Yves Bonnot, Mademoiselle – añadió él

Yo soy Candice White Andley, pero todos me llaman Candy – dijo ella ofreciendo al joven la mano que le quedaba libre. Candy pensó entonces que el joven tenía una linda sonrisa.

Enchanté.

Pronto la pareja y el inoportuno perro caminaban juntos a lo largo de la angosta calle. Yves mencionó que era doctor en el hospital Saint Jaques y se fingió sorprendido cuando Candy le dijo que ella trabajaba como enfermera en el mismo lugar. Una vez que llegaron a ese punto la conversación se volvió más fluida e Yves pudo saber que ella venía de un lugar al Norte de los Estados Unidos, que se había graduado de enfermera el mismo año en que la guerra había iniciado, y que gracias a Dios, era soltera. Por su parte, él le dijo que siempre había vivido en París, que había estudiado medicina en la Sorbona terminando sus estudios justamente el año anterior. Candy pudo también averiguar que Yves vivía con sus padres, y que era el menor de una familia de cuatro hijos. Para entonces todos sus demás hermanos estaban casados. A parte de él solamente había otro hijo varón, el cual era teniente en la marina francesa.

Me gustaría compensarte por el incidente de hoy – dijo él después de pensar por un rato en el modo de solicitarle una cita - ¿Por qué no me dejas mostrarte la ciudad? Estoy seguro de que no has tenido tiempo de verla aún, y es una lástima porque tenemos la ciudad más hermosa del mundo.

Me encantaría,... pero – Candy miró a su reloj pulsera – ¡Cielo santo! Estoy realmente retrasada, sabes.

Pero..

Bueno, la verdad es que una de mi compañeras enfermeras me invitó a conocer a su familia hoy, precisamente me encontraba en camino a su casa cuando tu perro....- ella rió – bueno, creo que tu ya sabes.

Ya veo, ... entonces tal vez en alguna otra ocasión – dijo él decepcionado

Seguro, gracias de todas formas por la conversación, supongo que te veré en el hospital uno de estos días – ella dijo al mismo tiempo que le extendía su mano en señal de despedida.

Por supuesto – replicó él, y luego se dijo a si mismo – Puedes estar seguro de ello jovencita.

La muchacha se alejó apresuradamente dejando detrás de sí a un hombre prácticamente flotando con un gran perro a su lado.


enero 18, 2010

En pie de guerra...

Y me senté en la luna mientras escuchaba una canción. Pude ver en sus ojos un sentimiento real. desconocido.

Toqué sus labios con los míos, sentí el calor de su cuerpo, sentí sus manos tímidas queriendo alcanzar el cielo. Me contuvé. poco a poco fui apagando el volcán que estaba a punto de estallar dentro de mí.
Demasiadas emociones. Demasiadas sensaciones...

Me reí nerviosa, lo miré y conteplé esos ojos que me cautivan. su sonrisa tierna... todo parece perfecto estando en sus brazos...

Pero no puedo correr esta carrera, pienso mientras dejo que su boca se apodere de mi voz y calle con un beso mis palabras...Debo caminar despacio por estos senderos que desconozco y conozco tanto a la vez... debo tener cuidado.  Y debo querer más de este sujeto antes de...

Han pasado algunas horas y no puedo salir de aquí. Sigo sentada en la luna escuchando una canción...








Anexo de la canción:

A         C#m             D
Tu, prisionera de mi corazón
     E                 C#m
Vivirá cien años este amor
 D                    E
Atada a mis besos, diciendo te quiero.


Tu, que aprendiste como es el amor
Fue como un rayo que te atravesó
Y tu alma desnuda, me pide ternura.

Estribillo

  A                                    C#m
Y yo, que estoy en pie de guerra amandote
                             D
Yo soy el que te hizo tan mujer
Bm                         E
El que ocupo tu tiempo, en puros sentimientos.


Y yo, que soy un huracán sobre tu amor
Un loco tras tus pasos ahora soy
El que te quita el sueño, quien solo es tu dueño.